8 meses para soñar.

Mi curso destaca por un temible proyecto que nos mandan a hacer a todos los alumnos. Sin él, no es posible aprobar y pasar a bachillerato.

La temática es libre.

 

El mío consistió en dibujar los sueños de medio mes y luego representarlos en carteles de película, como los que cuelgan en los cines.

 

Y a pesar del estrés, las sacrificadas horas de sueño, la postura que empeora, la vista que se agota... Lo pasé bien (dejando a un lado los aburridos informes).

Pero mi trabajo no acababa ahí. El 23 de mayo tuvimos que presentar ante padres y compañeros.

Los alrededores del polideportivo estuvieron plagados de mesas y las paredes decoradas con pósters y colores.

Afuera, la humedad era palpable y el calor se metía en los cuellos de nuestra camisas. Sofocante.

Pensé: qué mala tarde voy a pasar, no va a merecer la pena el esfuerzo, la gente viene obligada y tampoco he creado nada especial.

 

No fue así y pronto me olvidé hasta del agobio que pasaba de tanto que me divertía mi público:

Los niños pequeños alucinaban y que ¡cómo podía dibujar así, qué bonito y precioso!

Los profesores me felicitaron por mi creatividad, haciéndome preguntas sobre mis descubrimientos y técnicas de esbozo.

Mi supervisora asentía orgullosa y se le escapaban sonrisas.

Un amigo dijo que mis sueños eran encantadoras paranoias.

Hablé con personas que antes ni se dignaban a mirarme.

 

Los adultos eran un cuadro; una curiosa mezcla entre confusión, admiración y pánico. Algunos me pedían que pasase las páginas rápido porque tenían fobias a las arañas, payasos y zombies. Otros compartían sus propios sueños conmigo, esperando que yo les encontrara un significado. O dos.

También pedían consejos para soñar mejor y recordar los más dulces.

 

Finalmente, estuvo mi madre. Radiante y motivadora. Quiso oír mis explicaciones por enésima vez y tomar más fotos.

 

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Gracias por haber compartido ese día conmigo, lo necesitaba. Te quiero mamá.