La aventura.

Puntuales e ilusionadas, llegamos a la estación de tren. 

Yo, vibrante de energía e hiperactiva, intentando mantener mis nervios a raya, sin conseguirlo apenas. Tú, opuesta a mí: más serena y tranquila.

El ave atraviesa campos y túneles que miramos de vez en cuando porque estamos ocupadas con nuestra serie. 

Las horas se esfuman, como si nos hubiesen teletransportado sin leyes de la física. Ni siquiera me ha dado tiempo de ponerme cómoda.

 

Nos recibe una llovizna ligera, bonita pero malísima para tu alergia. Dejamos las maletas y salimos a la Puerta del Sol, ignorando posibles distracciones. Deambulamos hasta la hora del concierto donde canto, grito y bailo entre la multitud. Estática de ver a mi cantante favorita y confortada de que tú también estés aquí, a mi espalda, usando tus dotes de fotógrafa para hacerme un reportaje inolvidable. Me apena el aplauso final pero deseo el momento de volver a la habitación a refugiarnos del frío. 

 

Amanece rápido y nosotras tenemos mucho que hacer. 

Paseamos por la Gran Vía, parando constantemente a hacer fotos, disfrutando de la belleza que nos rodea. 

Entramos en librerías y exposiciones espontáneamente, siempre aficionadas al arte.

Comemos veganadas ricas sin horarios, siendo turistas en una ciudad que ya conocemos y que aún tiene tanto que ofrecer… 

 

De vuelta en el ave al caer la tarde, nos contemplo en el reflejo de la ventana: mi cabeza apoyada en tu pecho, tus labios cerquísima de mi frente y temiendo el momento de volver a la realidad. 

Prometo silenciosamente que tenemos otra escapada pendiente, Madrid tampoco se ve en un día.