Mareas portuguesas.

A las islas de Portugal se acceden en barquetas coloridas de alegres y mellados pescadores. 

 

Las gaviotas gritan, peleándose por las navajas. Parecen elaboradas maquetas de papel en sus torpes vuelos.

Las conchas crujen bajo mis blancas huellas.

La pálida arena esconde otra versión de sí misma; una más tostada, húmeda y morena, en la que construir mil castillos de arena.

Es entre vieiras, conchas y rocas con forma de tortuga, que me doy cuenta que pertenezco aquí; al frío otoñal que suspira sobre las corrientes saladas y verdes dunas.

El camino de vuelta es mágico. Las baldosas que lo recubren se vuelven lisas y suaves ante la luz del atardecer.

Los portugueses tienen un acento precioso, de ronca melodía y sus playas me inspiran.

Esta escapada ha sido un alivio para mí. El sol hace brillar mi piel con cierto rubor y me siento más tranquila desde que dejé mis preocupaciones / obligaciones, en Sevilla, a pesar de la cercana frontera que nos separa.

Ha pasado una semana y ya lo echo de menos. 

Gracias papá y mamá, por traerme aquí a cumplir años y a mis fantásticos amigos por sus preciosas felicitaciones, aunque sabíais que tardaría horas en responder.

Gracias a mi abuela, por el audio de su dulce voz. Me entristece que no quieras recuperar tu cante. Gracias a mi hermanito, por intentar cumplir mis mayores ilusiones.

Parezco una escritora que acaba de publicar toda una saga de libros, de tanto que tengo que agradecer.