Somewhere only we know.

Recuerdo la primera vez que me enseñaste tu habitación como si fuese ayer. 

Me llamó la atención por varias razones aunque la mayoría no las recuerdo porque estaban nubladas por los nervios que yo sentía de estar en ese espacio tan tuyo. 

Aunque sí hay un par que permanecen en mi memoria… 

 

Lo primero que pensé era que tu esencia, una que yo consideraba caótica, artística y misteriosa, había sido captada a la perfección. Tú eras para mí un puzzle que yo me moría por descifrar y a mi alrededor, en aquel momento, me auto convencí de que podía encontrar las piezas que me faltaban para completar la imagen que tenía de ti. Por alguna extraña razón, creía que quizás así, lograría descifrarte.  

Aquella incertidumbre por lo desconocido, desapareció repentinamente y comencé a intuir que este era un lugar seguro, como bien me confirmaste más tarde.

 

La segunda razón por la que me hallaba fascinada, era la distribución de colores sobre las paredes. A día de hoy, no pueden apreciarse con total claridad gracias a ese afán tuyo de colgar fotografías, pósters, mis dibujos (los “trocitos de arte” que te regalo)..., por doquier. Tú y tu necesidad de exponerlos, de hacer público tu orgullo por mí y de recrear tus vivencias favoritas, dejan muy pocos huecos en blanco. 

Junto a tu galería personalizada se encontraba la pared turquesa, destacando sobre las demás, que eran de una tonalidad apagada, grises. 

¡Qué raro me pareció eso! Pero apenas nos conocíamos en aquellos tiempos, así que decidí guardar mis preguntas para un futuro, (que deseaba cercano) en el que yo tuviese la certeza de que no te fuesen a incomodar. 

 

Por fin me atrevo a interrogarte este verano y me doy cuenta que no puedo ser más feliz de haberlo hecho aquí, tumbada junto a ti en tu cama, con los pies en alto y tratando de ignorar mi alarma, que estaría a punto de sonar como de costumbre. 

Sin querer salir de nuestra burbuja, me concentro en la historia que estabas a punto de contarme. 

Así que, ignorando el poco tiempo que nos queda antes de que tuviese que irme (siempre deprisa) a coger mis autobuses, empiezas a hablar.

Entonces, me cuentas toda clase de cosas maravillosas, ocultas bajo el peculiar turquesa de la pared. Yo nunca las habría podido imaginar por mí misma pero sí con tu ayuda. 

Cosas como el poder que tienes de sentirte transportada hacia uno de tus lugares favoritos, a tu casa junto al mar, a la playa. 

Cómo con solo contemplar ese intenso azul, se podía hacer inmediatamente el silencio en el barullo constante en el que viven tus pensamientos. Podías llegar hasta el punto de quedarte únicamente con los buenos recuerdos. 

 

Me decías que te hace pensar en la naturaleza porque forma una parte grande de ti y que te sentías identificada con ella; tú también has sido diferente.

Que esa ligera diferencia te ayudó mucho. Con mudanzas, con la soledad, a empezar de nuevo en aquel lugar ficticio que te creabas, uno en el que nadie te conocía, a encontrar tu libertad. 

“Es una pared muy especial, pura, aunque no te sepa explicar exactamente por qué.” 

Y yo admiro la conexión que tienes con tu imaginación. Mis paredes no me cuentan tantas historias. 

Estarías mirando mi cara de confusión porque cuando dejas de hablar, me dices que no me preocupe, que no es nada que se pueda o se tenga que entender, que ni tú lo/te comprendes a veces.

Se escucha el ruido estridente de la alarma y sonríes, fingiendo que acabas de terminar una famosa entrevista porque no serías tú si no le quitases importancia a ciertos asuntos, con la ocasional payasada.  

“El tema del próximo programa será… El amor”, concluyes, como si estas charlas nuestras fuesen algo que hiciésemos cada semana para un público expectante.

Luego, me acompañaste a la parada para asegurarte que no llegaba tarde a mi propia casa y que yo me fui con muchísimas ganas de volver a escucharte.