Trabajadores y felices.

Mi abuela es la reina de las reuniones familiares; no hay mejor anfitriona que ella. Mi familia de cuatro siempre se presenta cuando las organiza, al igual que mis primas pequeñas y sus padres. Los invitados ocasionales son mis dos primos mayores: David y Francisco. Acostumbro a ni siquiera preguntar si vendrán de tan ocupados que suelen estar.

Que ambos estén presentes a la vez, es todavía más raro.

 

Pero sucedió, la semana pasada. Francisco, secretamente rockero bajo la apariencia nerd, me invitó a su próximo concierto (en una sala oscura repleta de gente alternativa y música vibrante), mientras se comía un trozo de empanada.

David llegó más tarde, charló un poco mientras se terminaba un café para volver a irse. En el umbral esperamos al ascensor junto a él,  preguntándole por su trabajo, las manchas de su camisa (que solía ser blanca) y sus estudios.

 

Él confirmó que estaba cansado pero nada que no pudiera combatirse con una dosis de cafeína.

Su sueldo no es muy generoso pero seguro que si continúa ahorrando, podrá costearse una pequeña escapada a la playa.

No puede llevar pendientes o peinados extravagantes pero él es capaz de moldearse a empleado ejemplar.

 

“Trabajo muchísimo, duermo menos pero… Merece la pena.”

 

No me cansaría de oír esas palabras, motivadoras aún siendo realistas. Me dan esperanza en los momentos más encumbrados de mis relaciones cotidianas.

 

Y sigo pensando que es justo lo que necesita esta familia.

Más visiones frescas e innovadoras que los pequeños podamos admirar.