Café en las alturas.
Me he montado en el coche incontables veces. Viendo siempre lo mismo por la ventana pero sin dejar de disfrutarlo. Es increíble como un objeto puede agarrarse tanto a este mundo, aún estando terriblemente deteriorado, olvidado por muchos, y pidiendo a gritos reconocimiento. Yo vengo a hablaros hoy de la triste historia de mi avión. Creo que habré cogido un vuelo unas.... 4 veces. He sido afortunada. Pero este avión del que hablo no vuela. Voló una vez y ahora está parado. Se le ha desvanecido el color, los cristales están rotos y nadie lo puede apreciar bien porque está oculto tras un muro. Menos yo, que lo admiro desde el coche cada vez que vuelvo a casa. Lleva ahí no se cuántos años. Y como ya digo, no quiere despedirse. Una vez le pregunté a mis padres qué fue lo que le pasó al avión. Mi madre me contó que cuando dejó de servir, construyeron una cafetería dentro. Y la gente podía pasar el rato allí y disfrutar como en cualquier otro bar de los alrededores. Pero ya al pobre no se utiliza siquiera para eso. Me apena, porque el ambiente debía ser mágico. Yo me imagino dentro de él, sorbiendo un café ardiente. O mejor todavía, un chocolate calentito. Fantasío reclinándome en sus desgastados sillones. Pretendo que se volverá a alzar a la altura de los pájaros. Entonces yo podré mirar por la ventana y ver como dejamos atrás a las diminutas personitas. Que se nos parecerían a las hormigas.