Corrígeme.

Tengo dos primas más pequeñas que yo, a las que veo muy a menudo en casa de mi abuela. Se llaman Adriana y María. Adriana aún no se expresa como María (que tiene dos años y medio casi). Me encanta hablar con María porque es alegre, fantasiosa y madura. También tiene mucho genio, como yo. Pero a diferencia de ella, cuando sobrepaso mis límites soy capaz de reflexionar sobre lo que he hecho. Principalmente porque así me han educado. Cuando pienso en mi futuro me veo con (entre muchas) hijos, me gustaría ser madre, creo que lo llevo en la sangre. Como todavía soy joven, convierto a María en mi hijita. La quiero, le cuento historias, corrijo su granática, pregunto sobre su día y si se enfada, intento hacerle pensar en si merece la pena llorar y berrear. Da la casualidad que siempre está mi abuela delante. Ella la proteje, me dice que no sea tan dura con ella, convirtiéndome en ese instante, en la malvada bruja de toda historia.

    Quiero que mis padres estén el día que nazca mi primer hijo. Quiero que se queden a enseñarle como hicieron conmigo. Porque quiero que sea educado, feliz, cariñoso, agradecido y creativo. Pues éstos son los valores que más aprecio de los miles que me han inculcado. Por eso abuela, te digo que por favor no seas condescendiente con ella! Me parece que en esta nueva generación se van a perder las preciadas lecciones que disteis el abuelo y tú a los vuestros. Necesito que nos impongas tus experiencias como madre porque tengo que recogerlas, archivarlas y hacer un manual con ellas para poder consultar más adelante.

 

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