Cuatro músicos veraniegos.

    Tengo mi título elemental en teoría de la música. Lo saqué tras haber cumplido cuatro años de lecciones; solfeo, piano, entonación y coro, en el Conservatorio de Sanlúcar (muy cerca de donde iba al colegio). Esos años despertaron mi interés por conciertos clásicos así como mi cariño por los portadores de tales instrumentos. Estas personas me dieron su paciencia, ánimo y afecto. Sin ellas sería un poco más ignorante, menos curiosa. 
 
Eran tres hombres vestidos de negro y una mujer alegre.
Juan Fran: mi tercer profesor de lenguaje musical. Toca el clarinete.
Carlos: profesor de guitarra. Soy experta en su vida personal gracias a mi mejor amigo, que recibía sus clases.
Abraham: enérgico y enigmático. Profesor de percusión. Fuerte y sonriente, marcaba el compás que los demás nos esforzábamos por seguir.
Y por último Diana.. mi música favorita y amiga: muy habladora. Me enseñó a comprender (y tocar) piano. Le atendía entusiasmada, ansiosa por adquirir destreza como la suya.
 
Se habían reunido para el concierto anual de las "noches de San Pedro." Hace demasiado que no los veo. Debo asistir.
 
Me visto elegante, con ropa fina para combatir el calor. Mi diadema morada echa para atrás mi cabellera castaña. Cuando llego apenas me reconocen. Tanto habré cambiado? Espera Irene. No te adelantes que Diana te ha visto. Sí! Me envuelve en un abrazo de boa constrictora. 
"Qué bien que hayas venido mi niña!" Me dice, mientras se apresura a ocupar su lugar en el escenario. Asiento al verla alejarse. Va a ser un gran concierto. 
 
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Y no me equivocaba. Ha sido el mejor hasta próximo aviso. El repertorio mezclaba jazz y salsa.
 
Los observo uno a uno con detenimiento. Asimilando todo detalle para poder vomitarlo después sobre vosotros. 
 
Juan Fran domina su clarinete como si fuera un brazo extra que aprendió a aceptar a los tres años. Me pregunto cómo es posible que suelen esas bocanadas de aire en un hombre tan súmamente delgado. Ni siquiera se ruboriza por el esfuerzo.
 
Carlos parece que toca para sus hijos: está despreocupado. Acaricia la guitarra con sencillez, sus dedos ágiles y rápidos.
 
Abraham se divierte. Golpea los tambores con sus mil manos. Sus pies danzan, su cabeza bota sin descanso.
 
Diana, por siempre apasionada. Balancea su cuerpo al son de sus manos. Arquea y relaja las cejas dependiendo de la tesitura de la pieza. La sigo admirando como cuando tenía ocho años.
 
Revivir este momento, ya pasado, remueve añoro por volver a matricularme. Sé que es imposible porque nos coge lejos pero escuchando el concierto, imaginaba a mis amigos cuchicheando debajo de los pupitres, poniendo cara de fastidio a los ejercicios más complejos y carraspeando antes de cantar. 
La música está compuesta por eso, recuerdos alegres e ir en su búsqueda cuandp acaban.