Estoy triste.
Estoy triste pero también frustrada, cansada y terriblemente enfadada.
La causa de mi inspiración esta noche no es precisamente positiva pero es sumamente necesario hablar de ella...
En las noticias últimamente, aparece a menudo el tema del medio ambiente, el de las catástrofes que nos acechan, el de los fuegos que no dejan de brotar y un largo etcétera, seguro que os habéis dado cuenta.
Me siento impotente porque a mi alrededor veo que apenas hay personas que se preocupen por el mundo como lo hago yo y es una realidad que no me gusta. Me provoca una ansiedad desbordante que siempre termina por hacerme llorar.
Esta es una responsabilidad demasiado pesada como para que mis hombros puedan con ella y sería más llevadero si pudiese compartirla pero muchos no están dispuestos a repartirla, pues eso implicaría tomar conciencia.
Mientras, millones de especies pierden sus hogares y pasan el resto de sus días encarceladas en estanques claustrofóbicos y jaulas que no ven la luz del sol. Otras, mueren bajo la balanza que nosotros hemos alterado.
Entre ellos solía haber un equilibrio perfecto que ahora se encuentra en peligro de extinción, un logro más para nuestra macabra colección.
El mar se oscurece, los ríos se empequeñecen y a sus orillas quedan varadas bolsas de plástico, mascarillas y derivados varios: objetos que tardarán en desaparecer el doble o quizás el triple, del tiempo que a la humanidad le queda de vida.
Por no hablar del Ártico, que se derrite a un ritmo inexorable.
¿Y todo para qué? ¿Qué importa quién produzca más, quienes tengan menos? A ojos de la naturaleza somos iguales, tanto ricos como pobres pero eso no hace menos vergonzoso el hecho de que aún haya países enteros que no puedan alimentar a sus habitantes. Encima de la cadena alimenticia se encuentran quienes tiran la comida a diario porque pueden, porque sobra.
Me duele que haya personas que sigan diciendo que reciclar no sirve para nada, son las mismas que dejan el grifo abierto como si el agua se tratase de un recurso eterno. ¿Que para qué, si podría no haber un mañana?
En parte les entiendo, yo también tengo momentos en los que me apetece volver la cara y esconderme bajo la almohada.
Refugiarme en una burbuja particular a mi medida para no tener que hacer frente a las maldades del exterior, a los virus y a las enfermedades. Poder disfrutar de una sensación de seguridad permanente, descansar.
Tengo momentos pesimistas en los que pienso si de verdad merece la pena pasarme la vida estudiando, trabajando, interpretando este papel de adulta en el que no acabo de encajar, que me queda dos tallas grande, cuando otros se dedican a pasarlo bien. A secas, sin compromisos, ataduras o sentido de la cordura.
¿Por qué no acabar con esto y dedicarme a ser una rebelde (aunque con causa)? Ganas no me faltan.
¿Qué puedo hacer yo para cambiar el mundo, el sistema, si no recibo la ayuda adecuada? Si los políticos en los que confiamos nos sofocan y callan, por favor, ¿a qué esperamos para deshacernos de la mordaza? En esta carrera contrarreloj, ¡toda ventaja cuenta!
Quiero vivir y morir cuando llegue la hora por causas naturales y no por culpa de algún desastre fatal que azote el mundo como consecuencia de nuestras acciones. No quiero que nos veamos forzados a huir a un planeta lejano cuando el nuestro nos necesita tanto, que la derrota aún es reversible.
Por ahora me consuelo con escribir un pequeño poema con el fin de desahogarme, un objetivo que solo he cumplido a medias, ya que está compuesto de palabras que tampoco tendrán un gran futuro.
No obstante, desde pequeña me enseñaron que no hay que perder la esperanza, un importante mensaje al que aferrarse.
Si lees esto, ojalá tú también decidas inspirarte y sumarte a la lucha, si todavía no formabas parte de la resistencia.