Evolución.

Solía conocer a una chica a la que le faltaba hasta la curva de la sonrisa, de lo delgada que estaba. En su cuerpo sólo existían duras esquinas, era todo codos y rodillas. 

Sus pechos se habían reducido a la inexistencia, tenía la cadera encogida. 

Su ser rezumaba vacío y fragilidad, que se extendía a su alrededor como una niebla difícil, de la que deseaba librarse pronto.  

Carecía de forma, era un bloque liso de piedra que no dejó desarrollar por la mano experta de la naturaleza. Un proyecto fallido que quería ser una preciosa escultura… 

En realidad, lo que le pasaba, es que no sabía bien lo que hacía. 

 

Esta historia, afortunadamente, no acaba aquí porque a día de hoy está muchísimo mejor. Incluso parece otra persona. 

Sus muslos bailan al andar y sus brazos son fuertes. Hay carne sobre sus huesos, músculos en el vientre y está más blandita.

Ha reformado su armario entero con tallas mayores de vaqueros, camisas y sujetadores.  Aunque lo más importante es que ahora ya es feliz. Está sana de verdad y acepta los cambios tal y como vienen; con (tímida) expectación pero serena. El pánico hace mucho que se fue.