Fotos atléticas.

La tarde del veintiocho de abril (domingo) a las 5:10, nació en el hospital Virgen del Rocío, una niñita a la que sus padres llamaron Irene. Su corazón latía rapidísimo y estaba sana y fuerte. La matrona dijo que iba a ser una gran deportista. Y no se equivocaba. ..

 

Irene practicó natación desde bebé y también probó con tenis. A los nueve, completó el curso de atletismo y corrió carreras. Después se unió a Taekwondo; arte marcial de origen coreano que se concentra en la defensa personal y las piernas. Durante cuatro años practicó, compitió y peleó. Ganó puestos insignificantes y ojos morados pero consiguió llegar al orgulloso cinturón marrón. A falta de motivación, se apunta a una academia de baile. Sin ganas y cargada de torpeza, se da cuenta de que no es su deporte. Vuelve a tenis, en busca de sus recuerdos, esperando reencontrarse con sus amigas. Faltó por primera vez porque muere su abuelo y desde entonces pierde el ritmo de las clases.

 

Ese mismo verano, decide hacerse ella misma un programa de quinientos largos y cien sentadillas que le prohíbe hacer, su médica terminantemente.

No harás deporte hasta que yo te lo diga.” Oh no, qué tragedia. Debería protestar? O pregunto qué será de mí en las clases de gimnasia durante el año escolar? Sí, mejor se lo pregunto.

Ni idea. Lo hablas con tus profesores pero correr y moverte, desde luego que no.”

 

Vaya, con lo que a mí me gusta hacer deporte…

 

El año pasado me perdí el día de la Cartuja. La ‘tortura’. Mi solidario colegio dedica un día entero a correr, hacer spinning, golf, tenis, body fitness o baile, con el fin de recaudar dinero para niños necesitados.

 

Este, sin embargo, lo he vivido to the fullest. Al máximo. Por la vez que no pudo ser.

 

Me bebí una coca-cola mientras cotilleábamos sobre mil temas y cuando acabó todo a las 2:30, me saqué tres fotos con mis amigas para inmortalizar este nuevo comienzo mío.

 

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