Gracias, porque no lo tengo todo.

Me ha costado mucho escribir este artículo con una mano; escribo así para no despertar a nuestro nuevo conejito. Siento como se estremece con cada palabra que va apareciendo en mi pantalla. Noto el calor de su cuerpo inundando mi brazo, sus bigotes acariciándome los dedos. Todo esto hace de un artículo mucho más especial. Antes de que el conejo llegara a casa, ya teníamos dos perros y tres preciosos pájaros. Vivo en una casa cálida, la televisión encendida, mi madre trapichea en la cocina. En nuestros cuartos los armarios repletos de ropa bonita pero más importante, cómoda. Las mantas son gruesas y las camas están bien forradas. En mi cuarto las estanterías están repletas de libros. Tenemos guitarra y piano y todos los días disfrutamos de cuatro comidas: saciantes y ricas. Nuestra casa no es muy grande, pero ni quiero, ni me hace falta nada. Quién más puede decir esto? En ocasiones es bueno pararse y verse a uno mismo desde fuera. Analizar qué es lo que nos hace tan privilegiados. Seguidamente, daremos gracias. A Dios si crees en él, a la vida, a tus padres por darte cariño, a tu país por una buena economía. Por trabajo, vivienda y cosecha. O no dárselas a nadie. A tí mismo si quieres, por tu manera de afrontar las cosas. No lo sé, pero dálas. Te hace mejor persona, más humilde. Además, desear nos alimenta, el deseo se pierde si tuviéramos tanto. Recuerda que todo cuán quieras vendrá, pero por ahora, al menos agradece la espera. Feliz domingo.

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