Helados y misa.

 Hoy sentía que algo fallaba en mí. He dado contestaciones un poco amargas y me ha costado prestar atención en clase. Y es que, más tarde tenía la misa por el primer aniversario de muerte de mi abuelo. Cuando entré en la Iglesia pensé que desentonaba: todavía llevaba mis botines de hacer gimnasia, la camiseta marinera, mis uñas negras, las gafas torcidas y el pelo revuelto. Me pareció que mi falta de fe radiaba de mi, como hace el olor a perfume caro de la entrada de un restaurante elegante. El día estaba cargado de melancolía pero era curiosamente hermosa. Mi madre animó mucho la tarde antes de ir a la misa: me llevó a tomar helado mientras llovía. Las gotitas se me pegaban a la ropa, el viento las estrellaba contra mi piel. Nos refugiamos debajo de un tejado y aunque hacía frío, el escenario era muy romántico. Disfruté, me permití reír antes de llegar a casa de mi abuela porque sabía que ella no aprobaría tanta felicidad. Son fechas como ésta en las que me doy cuenta de la lentitud con la que pasa el tiempo.

A ní abuelo quería decirle que le echamos de menos. Que una vez más, ha sido protagonista de mis pensamientos. Nuestras emociones suelen convivir bien entre ellas pero hoy en mí, ha habido guerra. Me cambias el humor. El helado que me comí con mamá me hubiera sabido mejor si al abrir la puerta de casa te encontrara sonriendo, reclinado sobre tu sillón sin cigarrillo en los labios.

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