La estación de la vida:
Sí, aunque parezca verano aún estamos en primavera. Comenzó el pasado 20 de marzo y me he dado cuenta que no he escrito nada sobre ella. Mi madre y yo la bautizamos como la estación de la vida. Además de la de alergias y resfriados ocasionales. Nací el 28 de abril y tengo que reconocer que me enorgullece decirlo. Me gusta que me digan lo hermosa que es la fecha, lo bien que combinan abril y veintiocho. Suena melodioso en boca, como una promesa, casi. Es una etapa del año en la que se acepta toda creación. Sabéis… A este artículo lo mueve la añoranza porque esto que veo a mi alrededor, esto que llamamos primavera, no se parece en nada a las primaveras de anteriores años. Es tiempo de alegría, de floraciones duraderas y pétalos relucientes. Sin embargo, no los veo por más que busco.
La semana pasada salí a ver si nuestros árboles prosperaban. El almendro era lo mejor que había visto en todo el día. Fuerte, de porte robusto pero a su vez, delicado. De las ramas brotaba elegancia y su postura era la de una pantera desperezándose; asalvajada, majestuosa. Antes de ayer, sus flores se deshacían sin siquiera haber tocado la hierba. Duraron poquísimo. Pensé que parecían lágrimas y algo se removió en mi interior. Pobre almendro, que corta ha sido tu primavera. Esta tarde se lo decía a mi padre, necesitamos poner distancia entre las estaciones pues son sus diferencias las que admiramos. Permíteme saborearla más, pues no me conformo con esta escasez.