La alucinante vida del estudiante.
Solía odiar el colegio en el que estaba. Y creo que cambiarme a uno nuevo ha sido la mejor decisión que he tomado en todo el año. Yo soy partidiaria de que seguir una rutina interna es algo muy cómodo. Me explico; la rutina enterna es aquello que tú haces todos los días pero que varía y no afecta a lo que nos pueda deparar mañana o pasado. Todos las mañanas nos hacemos la mayor peonada de nuestras vidas para ir al cole (que está en el centro, lejísimo de dónde yo vivo.) Y el frío te despeja la mente nublada por el sueño. Tienes ganas de volver a la cama y enrrollarte en tus mantas pero piensas, eh, que te espera un fantástico colegio. Así que te levantas soñoliento y cansado porque te acostaste tardísimo anoche, dejando tu ropa lista. Pero estás feliz. Y la emoción no puede contenerse. Desayunas sin muchas ganas y te arreglas mecánicamente. Abrochándote los botones y cordones sin prestar mucha atención. Preparas el cepillo de dientes y te fatiga la pasta de dientes que te acabas dejando en los labios, para que seque. Claro que no fue intencionado. Te montas en el coche no sin antes saludar a tus perros que aguardarán tu llegada. En ese instante, te invade la tristeza por ellos. Pero te la apartas y les dices: Ya os contaré cuando vuelva. Veréis que vuestra espera habrá merecido la pena. Buenp, continúamos con nuestra rutina? Te montas en el coche, dando cabezazos contra el salpicadero porque no te mantienes despierta. (es culpa de tus padres que no te dejan beber café) Sigues haciendo el esfuerzo por estar atento y percatarte de tu bonito alrededor. Una vez parado el coche, le plantas un fugaz beso a tu madre y te vas corriendo con tu hermano y la PESADÍSIMA mochila que debes cargar a tus espaldas. Vas pasando por las tiendas que ahora cierran. Sin embargo tienes el privilegio de presenciar la apertura de cada bar de esquina. La calidez de la sala te arropa y el olor a tostada humeante, te persigue. Lo intentas ignorar con todas tus fuerzas porque si no, no llegarás a tiempo. Te despides de tu hermano antes de llegar a la puerta porque él se averguenza de ti (o sus hormonas) Y coooooorres por las escaleras, temiendo por tus dientes como te caigas. Lo conseguiste; llegaste a clase. Sin aliento y fatigada pero expectante. Ocupas tu habitual sitio junto a la ventana y te recorre el gusanillo de la emoción. Ahora imaginaos haciendo todo lo anterior. Acabáis de ser transportados a la vida del estudiante. A una vida en la que el estudiante soy yo; la niña que de nuevo ama sus clases. La misma a la que le han devuelto las ganas de aprender. Y ahora voy a dejar de escribir porque me duele la vista.