Larga vida al móvil.
No me gusta ver, oír ni asistir a los pasos aquí en Sevilla. La gente y ruido, traspasan mis límites de tolerancia así que, durante Semana Santa, me he dedicado a otras actividades:
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Celebré el cumple de una amiga.
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Comí con otra que no veía desde hace dos eternidades.
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Asistí a una maratón de películas y series.
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Acepté la invitación a pasta con tomate.
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Y la pantalla de mi móvil, se quedó congelada un total de siete horas.
El incidente hizo que me percatara de la corta vida de éste. Llevamos tres años juntos y por fin llego a la conclusión, de que mi teléfono móvil tiene un valor más allá de las llamadas, mensajes. Y nunca lo creí posible.
Contiene momentos con mis personas favoritas, fotos de mis animales, tonterías de las fiestas de pijamas, recuerdos del fuego crepitante reflejado en nuestras mejillas... Es como una versión organizada de mi cabeza (aunque no muy fiable), que cuenta la historia de mil protagonistas.
También me sirve de consuelo cuando echo de menos las numerosas salidas; (ahora que vuelvo a la rutina) en vez de esperar la llegada de la feria, me pierdo un rato en su carrete...