Mi gato Momo.

Qué hace una buena historia? Pues entre muchas cosas, el poder visualizar los acontecimientos. Debes ser capaz de sumergirte en su contenido hasta un punto en el que tu vida no vuelve a ser la misma. Cuando escuchamos una historia, alimentamos una parte salvaje en nuestro interior que demanda ser escuchada. Siente apego por los personajes y al acabar, es muy probable que llore por pena de que algo tan maravilloso se haya esfumado. No os confundáis; que aunque el relato haya finalizado, los pensamientos que te dejó y las emociones que sentiste, no lo siguen. El segundo requisito, (imprescindible) es un narrador. Diréis, narrador puede ser cualquiera. Sí, pero un narrador apasionado garantiza con sus palabras, una paz deliciosa. Hoy los narradores son mis padres porque gracias a ellos conocí a Momo; el protagonista de esta historia. El ardor de sus recuerdos era palpable. Momo era un gato atigrado gris, con ojos pantanosos. Amarillos. Delgado y juguetón. Seguía a mi madre a la azotea, a tender ropa. Se dormía en el sofá junto al escritorio de mi padre, chupando su dedo meñique. Zampaba filetes como un león en captividad y el cariño que le tenía a todo el mundo era inusual. También era listo; delató al vecino que le dio una paliza, arrastrándose hasta su verja. Maullaba de dolor. Mientras, yo escuchaba. Maldije al vecino y sonreír al imaginar su cuerpo largo sobre mi regazo. Al mirar por la ventana creo verle trepando el limonero. Agazapado y ágil. Bonito con sus colores al sol. Si bien esta historia sirvió para disfrutar de él, también me hizo añorarle. Su muerte me dolió casi tanto como a mis padres.