Nico y Carlota.

 

Mis dos amigos/vecinos veraniegos. Parece mentira que hayamos pasado por tanto juntos. Cuánto hacemos, tres años? Cuatro? No sé, con vosotros mi noción del tiempo se ausenta. Nos conocimos una tarde calurosa en el parque de la urbanización. Hablamos, comimos, prometimos volvernos a ver, y desde entonces aquí seguimos. Nico es el mayor del grupo; cumple dieciséis dentro de poco. Carlota tiene la misma edad que mi hermano. Me asombra la facilidad con la que fluyen las cosas entre nosotros. Incluso cuando las chicas hacíamos karaoke y bailes porque no nos apetecía jugar al fútbol.

Solemos ser inseparables pero la semana pasada quedamos sin Carlota porque tenía que quedarse atrás a estudiar. Cuando mi hermano y Nico se vieron, se saludaron con la cabeza. A lo mejor sonreían. No se contaban mucho mientras le daban patadas al balón. Yo pensaba que la relación que tienen los chicos es alucinante y envidiable. Es sencilla, simplona, pero fuerte. Con Carlota me esfuerzo por llenar el silencio, por hacerla reír. Pero estos dos se contentan con verse. Me sentía parte de esa amistad; aceptada.

Durante gran parte de mi vida, la mayoría de mis amigos eran chicos. Comprenden sin exigencias, son fieles y juegan sin crueldad. Es importante relajarse aun estando de exámenes y otras preocupaciones. Siento que Nico y Juan son perfectos para ello.

 

 

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