Oda al ceño fruncido.
Aviso, si estás de buen humor no sigas leyendo porque hoy, estoy enfadada.
Me da la sensación de que ya no consigo hacer nada bien:
Me bullen mil ideas malas.
No me apetece ser cuidadosa con el desmaquillante que froto fuerte sobre mi cara, al llegar a casa.
Me pica la piel y me apetece arrancarla a trizas.
Normalmente, tocaría el piano pero sólo aporreo las teclas. Las partituras desafinadas han perdido su encanto.
No escucho mis canciones favoritas por miedo a odiarlas.
Pruebo a leer pero las palabras están borrosas. Desenfocadas.
Esbozo dibujos de personajes raros que agujereo con los pendientes que anhelo por tener y lo hago con agresividad.
Ojalá tuviera un resfriado para poder achacarle el dolor de garganta, causado por un corrosivo silencio que tengo que tragar casi a diario.
Simpatizo con los limones y su amargura.
Se me ha ido el hambre, el sueño.
Últimamente arrugo mucho la cara. Me pregunto si me hace aparentar más mayor. Me gustaría serlo: adulta, independiente… Libre.
Estoy cansada de ser dulce y paciente, de mantener a Mr. Hyde a raya. ¡No me está sirviendo de nada! Viva la irracionalidad y las cuatro paredes de mi cuarto por su serenidad.
Hacía mucho que no me veía así de enfadada y presiento que durará hasta buena parte del día de mañana.
Estoy cohibida, frustrada, triste, furiosa. Todos sinónimos de la misma palabra. Demasiados, para que quepan dentro. Y se me olvidó añadir lo peor de mi día; la incomprensión y decepción.
Si te he contagiado mi mal humor, lo siento pero sobre algo tenía que descargar.