Partituras interrumpidas.

En mis ratos libres pienso en retomar aquellos años que invertí en la música y el piano. Recuerdo los serios juramentos que me hice de tocar la guitarra profesionalmente, de matricularme de nuevo en el conservatorio que me retenía hasta las nueve y media los martes y convertía mis viernes en clases.


Solía odiar esa rutina, me sentía tan obligada a practicar: una hora diaria entre semana y dóblalo durante las vacaciones. Ni se te ocurra hacer trampas que el tiempo te lo dirá. Debes calentar los dedos, articular y reflexionar sobre tu progreso.
Y bajo ninguna circunstancia, olvides regular el metrónomo: te ayudará a interiorizar el ritmo, un aliado en esta lucha por la perfección.

Es ahora, sin tiempo, enterrada en exámenes, con las manos doloridas y secas; magulladas por el frío, cuando sueño con rescatar las partituras y volver a llenar la casa del cantar del piano, triste por desafinado.

Cuánto lo añoro, que estúpida fui al desaprovechar tan valiosas enseñanzas.
Nunca es tarde, lo sé, sólo esperaré a que mi sangre palpite adecuadamente y a mejores horas (que no duerma nadie).

Volverá la práctica con sus sonidos y la desesperación que ralentiza. Volverá mi sensibilidad y melodiosa armonía porque las ganas permanecen, incandescentes.

 

Volverán, porque lo llamé promesa.

 

 

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