Rebosantes de cafeína.
Cuando llega la temporada de exámenes, no se oye a ningún alumno hablar de otra cosa que no sea estudiar. Es un sufrimiento para el que escucha y padece. Estar nervioso es un estado desagradable, como si de repente soplara una brisa gélida que silbara en tus oídos y te hiciera estremecer entre tembleques. Me pasé varias tardes estudiando, igual que los demás. Me encanta aprender pero durante esta semana parezco un antílope al que van a engullir pronto. Mi cuerpo está arqueado en tensión y se dobla hasta que me duele la espalda. Incluso me tiembla el ojo izquierdo. Tampoco me di cuenta de la brutal fuerza con la que apretaba la mandíbula, hasta que me desperecé un momento para ocuparme de otras tareas. Me retumbaba el cráneo. Imaginaros un taladro esparciendo escombros alrededor del terreno que acaba de perforar. Así sentía mi cabeza, dando tumbos, palpitando ruidosamente. Tardé en tranquilizarla. Este largo proceso de pocas horas de sueño y sacrificio de lo que anhelamos por hacer; leer, descansar, salir, (La lista es infinita.) Es lo que arrastra un estudiante consigo. Y aunque ya he terminado los exámenes, siento la necesidad de.. Justificar el mal rato. Mi padre me suele dar el mismo consejo; “La tensión no es buena aliada pero antes de un examen hará burbujear la concentración.” Igual que cuando estrujas una naranja para aprovechar el jugo al máximo. El sabor de boca es deliciosamente amargo y nunca hace daño.