Tinta esperanzada.

Hace tres años que comenzaron a atraerme los tatuajes.

 

Me aterra el compromiso con otras personas: no me gustan las ataduras ni tener que depender de nadie emocionalmente. Pero los tatuajes son una excepción porque no saldrán de mi piel y no tengo por qué compartirlos. Como un secreto grande y bueno, esos que no pesan ni oscurecen.

 

Quiero grabarme un girasol en el costado (que yo misma he diseñado) para que lata a la vez que mi corazón. Simbolizará mis superaciones y momentos de luz y descontrolada alegría. Me aferraré a él cuando el resto de mi vida se desboque, cuando pierda amistades, parientes, asignaturas y autoestima… Tendré mi colorido girasol, alto y fuerte dentro de mí.

 

Mi padre se frustra con la más mínima mención de, siquiera agujas. Me grita indignado que no y que NO! En sueños quizás.

 

Necesito que comprendas papá, que no es un simple capricho. Es estabilidad que sólo el artista puede garantizarme. Incambiante, eterna. Dime, conoces algo que dure tanto y más?

 

Aunque en casa me sienta incomprendida, tengo un grupillo de amigos que comparten esta impaciencia por el diseño, los nervios y la permanencia. También el dolor; para presumir hay que sufrir.

 

Ojalá este artículo fuera capaz de plasmar adecuadamente mis sentimientos de necesidad e impotencia.

 

Seguro que sería capaz de convencer hasta a una monja de que hacerse un tatuaje es una experiencia memorable. Y Nunca mejor dicho.

 

Pero para que haya entendimiento, primero debería haber aceptación y libertad de intercambiar opiniones, sin restricciones o imposiciones.

 

Si te gustan los tatuajes, no tengo que aclararte mucho más. Espero unirme al club pronto.

 

Imagen relacionada