28.04.2017 22:54
Hoy cumplo 15 años y a pesar de que soy todo menos experienciada, sabia y prudente, me he hecho amiga de un sentimiento que tenía olvidado: el orgullo. Veréis, está el orgullo bueno y el malo. El bueno es gratificante, reconfortante, simpático.. El malo es vano, cruel y creído. Seguro que sabéis cuál de los dos hizo presencia en mi día. Hace un tiempo escribí un artículo titulado: Para aquellos que no lo sepan, es una frase de Peter Pan. En su momento, me identifiqué con ella. Tenía miedo de crecer, de verme cambiar. No sé, sobre mí se apoderaba una inseguridad incontrolable, fiera. Pero será que este año me rodean personas distintas, más optimistas, alegres y pendientes de mi cumpleaños. Me han felicitado a las doce de la noche anterior, a las siete de la mañana, y de nuevo a partir de las cinco (de la tarde), que fue cuando nací. Me han hecho regalos maravillosos y deseo con todas mis fuerzas que el año que viene sea tan especial. Esta vez he aprendido que cumplir años es extraordinario y aunque sea inevitable, no hay que hacer de ello una tragedia. Incluso cuando acechan fechas desagradables: el aniversario de la muerte de mi abuelo. Hace un año. Como era de esperar, no celebré mis catorce. Con nadie, ni siquiera con amigos. Es difícil pero sabéis qué? Mañana hago una fiesta y la compañía es inmejorable. Siento que tengo más ganas que nunca porque tengo acumulada la ilusión de varios cumpleaños. Aquí es cuando me doy cuenta de lo orgullosa que estoy, de mi abuela; que me da mi regalo pensando en mi abuelo pero consigue retener sus lágrimas, de mis padres; que hacen un esfuerzo ecónomico sobrenatural, de mi hermano y de mí porque soy feliz. Porque esta vez no ha habido discusiones ni enfados. Ha habido paz. Paz y orgullo. Del bueno, claro.
