Un curso más.
Termina el año escolar protagonizado por llantos de alumnos que se van, intercambios de regalos, mucha comida basura, música alegre, bailes y risas pero sobre todo; promesas (de verse el año que viene).
Es un patrón que se repetía en mi otro colegio, incluso. Yo era la excepción porque no participaba en este show emotivo (y eso que era yo la que hacía el cambio). Estas despedidas me resultaban insufribles. Las veía como un recordatorio de la fugacidad del verano y la proximidad a las clases.
Mi concepción cambió este año porque creo que por fin, he conseguido integrarme. Me han dado también un papel que interpretar, para el que no me hace falta estudiar. Estoy repleta de ganas de quedar con mis amigas, de darles mil abrazos al despedirnos y de oír que me necesitan tanto, como yo a ellas.