Un reencuentro saludable.

Es hora de hablar del grupo sobre el que escribí el artículo más impotente hasta ahora.

El grupo que no me necesitaba, el mismo que no pudo cambiar la fecha de la quedada para que yo pudiera asistir.

 

     Los vi ayer a todos en el parque de nuestro edificio, a mis compañeros y a otros más que no conocía (con los que conecté rapidísimo).

Tanto hacía que no nos veíamos, que me llegué a sentir como una extraña. A pesar de ello, me gusta pensar que todavía formo parte del círculo. Aunque sólo sea de espectadora. Me encanta estar con ellos, pero ya no me conviene el ambiente.

 

El motivo era una guerra de agua, con globos, barro y risas. Al principio no sabía bien como acercarme ni si se acordarían de mí. Cuando llegué al grupo por primera vez, yo estaba distinta y me doy cuenta que me cuesta mucho reconocerme, si comparo esa etapa de mi vida con la presente. Ellos, sin embargo, no tuvieron ese problema.

 

No sólo eran preocupaciones: también hemos compartido alegrías, aunque de otro tipo: unas que la gente normal no ha vivido. Una alegría tan grande que entristece en seguida que acaba. Su profundidad me impide conformarme y es entre abrazos mojados y sonrisas sinceras, cuando me doy cuenta de que soy una egoísta. 

 

Resultado de imagen de parque en nervion

 

Me llaman guapa y me animan, yo sólo quiero más ratos así.