Un sueño que tuve anoche:
Tú y yo paseando por las calles de Sevilla, como de costumbre. Saludamos a la Catedral, a la Giralda, perseguimos el tranvía y sorteamos a la gente.
No había coronavirus, así que no llevábamos mascarillas incómodas que tapasen nuestra sonrisa.
Nos estábamos haciendo fotos pero salieron en blanco y negro por un fallo de la cámara (mi móvil hace cosas bastante raras últimamente). En ellas parecía que el día estaba triste, que llovía pero no se veía a nadie con paraguas y nosotras nos divertíamos. Éramos las únicas.
Las vacaciones de navidad aún no habían acabado y yo creía que teníamos tiempo de sobra, hasta para malgastarlo.
Nos quisimos mucho, caminábamos cogidas de la mano como prueba de ello.
Dieron las siete y entramos a merendar en el primer sitio que encontramos con opciones veganas, antes de que se nos hiciese tarde. Alguna que otra vez se nos ha pasado la hora.
Siempre tan despistadas.
Nos sentamos y pedimos rápidamente: teníamos claro lo que se nos apetecía.
Mientras esperábamos, me dijiste que estabas haciendo las maletas para irte, no muy lejos aunque sí lo suficiente.
Era la primera noticia que yo tenía sobre esto y no me sentí preparada para procesarlo. No conseguí entenderte, dejé de escuchar tus palabras.
Le di un sorbo al café, que habían colocado cuidadosamente encima de la mesa, para disimular la sorpresa.
Me atraganto con la bebida, que está demasiado caliente.
Se me saltan las lágrimas mientras toso. Intento disipar el mal sabor de boca que comienzo a notar.
Me golpea el agobio, que es como un químico que baja por mi esófago a destrozarme el estómago.
Me levanto rápidamente para ir al baño. Necesito un pañuelo. Aire fresco.
La vista se me desenfoca.
Tú no me sigues y no sé si te lo agradezco pero siento en ese momento que estás lejos, pensando en tu partida, en un futuro en el que ya no estoy incluida.
Ojalá volvieses al presente a disfrutar de lo poco que todavía podemos vivir juntas.
¿Por qué no me buscas?
Ojalá vinieras a abrazarme.