Una canoa entre miles.

Con la llegada del calor, el colegio nos lleva al río Guadalquivir a hacer remo (en vez de dar vueltas alrededor de una pista de atletismo.) Me emocionaba la idea porque no lo he probado nunca (en mi anterior colegio había una piscina pero estaba casi inutilizada.) Sin embargo, mis amigas no tardaron en listar las mil razones por las que hacer remo no es divertido:

(éstas son las más repetidas; los niños son estúpidos, el agua está sucia, te quemarás la cara muchísimo…)

Aunque sus advertencias eran sensatas y sinceras, bajar al río se ha convertido en la mejor clase de gimnasia hasta el momento.

      Me sentía increíblemente madura e independiente. Sólo cabía yo en mi canoa. A menudo me dejaba arrastrar por la corriente y agradecía el agua que bañaba mis piernas. Estaba muy alerta, por si veía algún pececillo. Mis brazos acabaron pesados pero estaba liberada. Había pocos monitores para tantos alumnos, así que dependía de mí cuidarme: sortear rocas y evitar barcos turistas. Creo que fui la última en salir, decidida a domar mi pelo enredado y salado.

 

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