Una celebración diferente.

Hoy no tenía muchas ganas de levantarme porque ya no es mi cumpleaños. 

Empecé a tomar conciencia de ello cuando disminuyeron los mensajes de “¡felicidades!” aunque seguían entrando, incluso pasadas la medianoche. Mi día especial estaba acabando y mañana no sería igual. Tendría que volver a la realidad: a planificar con cuidado la tarde, las prisas, los apuntes de historia… Suena algo infantil. Es que, aún no me creo que mis dieciocho fueran tan fantásticos, habiéndolos pasado en cuarentena. 

Yo había perdido las esperanzas en cuanto anunciaron que el confinamiento duraría más de un mes. Había imaginado una fiesta enorme, alocada, divertida, lo típico que queremos los adolescentes por nuestra mayoría de edad: baile, amigos, alcohol, amor… Para una noche inolvidable. Y al final, lo tuve todo, a pesar de la distancia. 

Mi familia más cercana se conectó a cantarme por videollamada, mientras yo abría unos regalos estupendos, entre bocados de jugosa tarta de chocolate y chupitos del mejor Baileys que he probado nunca. Me quedo con estos recuerdos, que son mis favoritos: 

La banderilla que recortó mi madre (leía “Happy birthday”, estaba enmarcada por grandes globos negros) con la pequeña ayuda de mi hermano y padre. Las veces en las que me echó de la cocina a gritos para que no viese lo que me preparaba. 

Mi perro correteando hacia mí, por la mañana mientras yo desayunaba, con un regalo encajado en el collar. Le colgaba la lengua y me dio la espalda para que le acariciase, contento de cumplir con su cometido.

El poema que me escribió R, sobre el cálido día de invierno, en el que decidimos ir a la playa de Matalascañas porque sabíamos que la tendríamos sólo para nosotras. Nos bañamos, hicimos fotos, jugamos con la arena, nos preparamos la comida y cogimos los autobuses con independencia. Nuestros padres se preocuparon: no les parecía buena idea pero volvimos sanas y salvas, súper entusiasmadas.  

La canción que me compuso mi abuela, su dulce voz me acompaña desde la infancia. Es de mis mayores ilusiones en la vida, que haya recuperado su cante y menos mal o habría sido un desperdicio de talento.

El trozo de la carta de MW, cuyo final me tiene expectante. Además, me dedicó su primer dibujo digital y me llamó por teléfono (cosa que generalmente odia), para preguntarme cómo lo estaba pasando. Me gustó mucho, por cierto. Acabamos hablando una hora, no sé cómo. 

El increíble vídeo que me montó mi novia, compilando los felicitaciones de mis amigos. Los preciosos audios que me mandó la madrugada anterior. Estuve llorando de emoción hasta que me metí en la ducha y el agua obró su efecto calmante. La mullida toalla me terminó de secar las lágrimas. 

Lo rápido y profundamente que dormí, agotada de tantas emociones. 


Gracias, estaréis hartos de “escucharlo” pero tenía que decirlo de la manera que mejor sé porque a veces, estaba tan aturdida con la sorpresa, que no sé si lo expresé bien. Necesitaba haceros conscientes de lo que aquello significó para mí.