Una vida de espera.

A veces no gestionamos bien nuestro tiempo. Sí, es nuestro, porque al ser infinito e invariable, no le importa qué hagamos con él. Os introduciré este artículo dándoos a conocer algo de mi primer perro; Hermes. Tengo una foto suya como fondo de pantalla en el ordenador (la que os dejo debajo). Las personas que miran mi pantalla me suelen preguntar por su ojito rojo, su cabeza grande.. Estaba enfermo. Quieren saber si es mío y cuántos años tiene. Es mío, tiene 10 años en cuerpo más 7 en alma. Vino poco después que Momo, pero con Hermes tengo mis propias experiencias. 

 

Recuerdo nuestra llegada del colegio. Él salía a saludarnos. Mi hermano y yo, cansados, le apartábamos sin prestarle mucha atención. Y teníamos tiempo de rascarle la cabeza o lanzarle una naranja, antes de ponernos a estudiar. Antes de meterme dentro de casa, le daba un tirón en la oreja pelada, seca. Así pasaron sus años; nosotros con prisas y él paciente, esperando el cariño que no llegaba. Días más tarde, se le agotó la espera. Siento que los muchos años de vida, no le dieron la felicidad. Cometí un error con él, así que, decidí corregirme. Desde entonces, salgo fuera todos los días a dedicarles tiempo a mis actuales animales. Incluso lloviendo y haciendo frío como hoy. Es importante avanzar a pesar de la persistente culpa que palpita con cada latido de mi corazón. Es caprichosa, insaciable y no se irá hasta asegurarse que he aprendido la lección. 

 

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