Cuando una pequeña planta comienza a echar raíces, se le debe cambiar la maceta para que disfrute de un espacio más amplio. Cuando un árbol se hace imposiblemente fuerte, las criaturas que lo rodean se apartan para dejarlo estirar. O por el contrario, morirán. El espacio no puede compartirse, pues es el árbol quien lo necesita. Sin embargo cuando hombre o animal envejece, sus alrededores (previamente adaptados a su antigua fuerza) le quedan grande. El orgullo de haber vivido se va. Ahora es un niño indefenso que se encoge sobre sí mismo para morir. La muerte es inevitable, aunque en ocasiones, el hombre puede decidir si convertirse en el árbol o en lo que éste dejó atrás.
Creo que lo que más me enorgullece de mí misma es la ilusión que me acompaña haga lo que haga. Lleva manando en mi interior mucho tiempo, sin agotarse. Esta Navidad no ha sido del todo feliz. Más bien estaba incompleta. La llamé ‘Navidad fantasma’; alimentada por mis recuerdos. Un fantasma es un ser incorpóreo que tiene el poder de hacerte sentir o sufrir. Como ya dije, la ilusión era mi mejor cualidad. Por ahora debo conformarme con el fantasma de ésta.
Me levanto, me asalta un fragmento de alguna experiencia ya vivida. Proviene de lo más profundo de mi memoria. Eso es un recuerdo. Y no me dejan en paz, no hasta que me vuelvo a dormir. Pero yo los acojo porque provienen de tiempos felices. Una vez mi tía me preguntó si yo creía que mi abuelo estaba en el cielo. Yo le dije que no, que él estaba conmigo. Así lo estaba manteniendo, joven y sonriente. También lo compartí con mi abuela, para que pudiese tolerarlo de alguna manera
“Abuela, dale otra vida al abuelo aquí junto a ti.” Le pedí.
Y este es el poder de los recuerdos, el no dejar que tu compañero muriese.
Ha sido una Navidad bastante reflexiva. Pero ha servido para darme cuenta que somos dueños de nuestros sentimientos. Aliviar las penas es lo mejor que uno puede hacer por otro que sufre. Ellas no se van a ir nunca. Y cuando se esfuercen por superarnos, debemos invocar nuestro maravilloso poder. Ese que no sabíamos que teníamos. Y convertirnos en el árbol que aplasta todo lo demás. El primer paso es reconocer que somos poderosos. El segundo desencadenarlo, para que fluya sin ataduras. El tercero echarlo fuera como barrera. Y el cuarto, aprender a vivir con él.
Todavía me acuerdo del olor de mi abuelo.