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Priscilla y Teodore.

     Ella es de Budapesh, él es húngaro. Se conocieron jóvenes en un apartado del tren de noche. Comienzan a conocerse como todo extraño: haciendo preguntas triviales, insignificantes. Acaban profundizando hasta descubrir que sueñan con el mismo trabajo, que sus superiores les han impedido ser ambiciosos y que ambos tienen talento.

    Cuando la suerte y la casualidad intervienen en un encuentro así, el resultado va más allá de la amistad; una empresa juntos. La montan desde cero y poco a poco, se les unen miles de estudiantes frustrados.

    Priscilla y Teodore se convierten en entrepeneurs (empresarios en inglés). Ahora, viven felices, repletos de proyectos y se dedican a inspirar a jóvenes confusos con sus futuros. Así es como fueron a parar a nuestro colegio.

 

Porque en la sala reunidos, estaban los estudiantes que tenían el pie más cercano a la universidad. Mi curso entre ellos.

 

Queda tiempo, queda tiempo..” repiten nuestros padres.

No, ya menos. Tenemos que centrarnos y formarnos: necesito que guardes tus técnicas condescendientes para el hermano pequeño. Contempla las posibilidades conmigo, que estoy perdida y tu lo has vivido. Dónde estudio? Me dará la nota? Y si mi nombre no aparece en el tablón de matriculados recientemente?

   Para, para, para! Alto ahí. No te lo pienses tanto. Cariño que la vida sigue, que por lo menos has sido estudiante (brillante por cierto) y ahora sólo queda asentarte y acordarte de visitar a la familia todas las navidades.

 

Priscilla y Teodore nos aconsejaban que las cosas mejor tomárselas con calma y que la cafeína había que aparcarla.

 

Dentro de poco estaré aprendiendo a cocinar y tachando apartamentos baratos de mi lista. Pero hasta que no llegue el momento, prefiero rebobinar la charla y poder contagiarme de su buen ánimo y de la esperanza.

 

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Un reencuentro saludable.

Es hora de hablar del grupo sobre el que escribí el artículo más impotente hasta ahora.

El grupo que no me necesitaba, el mismo que no pudo cambiar la fecha de la quedada para que yo pudiera asistir.

 

     Los vi ayer a todos en el parque de nuestro edificio, a mis compañeros y a otros más que no conocía (con los que conecté rapidísimo).

Tanto hacía que no nos veíamos, que me llegué a sentir como una extraña. A pesar de ello, me gusta pensar que todavía formo parte del círculo. Aunque sólo sea de espectadora. Me encanta estar con ellos, pero ya no me conviene el ambiente.

 

El motivo era una guerra de agua, con globos, barro y risas. Al principio no sabía bien como acercarme ni si se acordarían de mí. Cuando llegué al grupo por primera vez, yo estaba distinta y me doy cuenta que me cuesta mucho reconocerme, si comparo esa etapa de mi vida con la presente. Ellos, sin embargo, no tuvieron ese problema.

 

No sólo eran preocupaciones: también hemos compartido alegrías, aunque de otro tipo: unas que la gente normal no ha vivido. Una alegría tan grande que entristece en seguida que acaba. Su profundidad me impide conformarme y es entre abrazos mojados y sonrisas sinceras, cuando me doy cuenta de que soy una egoísta. 

 

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Me llaman guapa y me animan, yo sólo quiero más ratos así.

 

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La chica a la que el verano no le gustaba..

Ésa chica soy yo: la constante malhumorada que protesta por el calor, por no poder salir a gusto y por oler a cloro (incluso después de varias duchas seguidas).. Pero yo, aún quejándome, soy por siempre optimista. Por eso, he sido capaz de encontrarle, a esta interminable estación, un lado tolerable.

 

El verano maravilloso es ese que pasa por alto las torpezas más embarazosas y oscuras imaginables...
 

Como aquella noche en la que decidí probar mis tacones sobre el suelo irregular del paseo Marítimo. Lo único que tan brillante idea trae, es un esguince de caballo que arrastré conmigo, toda una semana.
 

O esa vez, en la que un cangrejillo agradeció mi preocupación por su bienestar con un pellizco apuntado a mis dedos, índice y corazón..
 

Y qué hay del día en el que, una medusa besó mi pie con “ternura”? A pesar de su suma delicadeza, me salieron dos bonitas ronchas sobre las que presumir orgullosa.
 

Desgracias a parte, ha sido un verano provechoso: me acuesto tarde, despierto temprano, me sumerjo en la piscina a diario, adquirimos un camaleón y salvo a un pajarillo. Amado invierno, me depararás tú también tantos eventos? O te burlarás de los que pudieron salir mejor?

 

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Mezclas curiosas.

    No es aconsejable añadirle a un estofado de lentejas con verduras, una barra de chocolate blanco como tampoco lo es ponerse a hacer ejercicio recién comido. Otro imposible es mezclar la familia de mi madre con la de mi padre. Porque esos ingredientes formarán un brebaje peor que los que preparan las brujas en la noche de Halloween (1 de noviembre).
 

   Desde pequeña siempre las he considerado familias distintas. Familia al fin y al cabo. La mía! Pero separadas y sin verse a la vez. Los cumpleaños por ejemplo, se celebran con unos y después con los otros. Por eso, me extrañó muchísimo oír que mis tíos (y prima) paterna vienen a visitarnos al piso en Costa Ballena, estando mi abuela materna primera. En mi cabeza pensé.. Esto va a tener las mismas consecuencias que masticar una cabeza de ajo en crudo: mal sabor de boca y escozor nasal.

 

No podía estar más equivocada:


He aprendido que no hay nadie mejor que parientes (aún sin ser de sangre) para aliviar las penas de uno. Notan la ausencia de nuestros muertos con cierta ternura. 

 

Mi abuela se rió a menudo, parece que esta visita ha sido terapéutica. A mis tíos les entristecerá el estado de mi abuela pero son muy capaces de ayudarla. Basta con entablar inagotables conversaciones y contar historias conocidas para pasar un buen rato.

 

Me alegra haberme equivocado.

 

Quizás también hagan de bálsamo las lentejas con chocolate en mi estómago...

 

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Benditas distancias.

      Junto con morirse y morderte, lo peor que un animal puede hacerte es escaparse. Mi conejo de tan sólo ocho meses (la rebeldía no tiene edad) se dio a la fuga hace tres días.

     Cuando me di cuenta que no estaba pastando en su sitio habitual (entre la maleza de la parte de atrás del jardín), salí en busca de mi padre. Él me acompañó de vuelta para asegurarse de que verdaderamente, el conejo Elmo, se había escapado. Nos vestimos en un frenesí de dudas y preocupaciones. Dónde estará? Lo habrá pillado un coche? Qué no le hemos dado, en qué hemos fallado? Por qué nos ha hecho esto?

    Ayer lo encontró mi madre a través de un foro comunitario. Para mí fue un gran alivio llegar a casa y verlo tumbado en su jaula. Todavía no me creía que hubiera vuelto y para asegurarme, tuve que cogerlo en brazos. Olía a calle y temblaba como un huevo haciéndose a la sartén. Pasado un rato, volví a acariciarle, una y otra vez, haciendo nudos con su pelaje. Le susurré que sentía que su aventura en el exterior fuera tan traumática. Si es que ni siquiera parecía el mismo! Estaba dócil, cariñoso y asustado.

    

   Las novelas trágicas coinciden en que la tristeza le hace a uno sabio. Elmo ha debido de sufrir muchísimo porque ha envejecido más de lo que su cuerpo muestra.

 

Aún no he escrito ninguna novela pero, rellenar su comedero por primera vez desde su llegada, me ha hecho reflexionar. Disfruté de su compañía a diario pero a partir de hoy, la atesoro porque podría volver a darme el susto.

 

Es una pena que tengamos que ausentarnos de vez en cuando para sentirnos valorados porque los conejos no son los únicos que luchan por atención. 

 

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A world away.

El título de este artículo es un dicho muy popular en inglés para referirse a algo que está muy lejos. Como la distancia entre dos planetas. La aprendí de mi profesor irlandés (de historia), cuando se enteró que había estado en la India:

But that’s a world away!”

Yes I know, I know (lo sé, lo sé)” le contesté.

 

De eso hace cuatro años pero últimamente, nuestro viaje protagoniza muchas de las conversaciones cotidianas. Yo suelo ser quien las alenta porque me quejo constantemente, del calor que hace en Sevilla.

Hija, no te acuerdas del bochorno que hacía en la India? Porque seguro, es peor que aquí.” -uno de mis padres.

 

Entonces, al comparar temperaturas, comienzo a recordar lo vivido en ese país, que quedaba a dos aviones y un taxi de mi hogar natal...

 

Temíamos por nuestra vida en la carretera porque no había orden ninguno (incluso las vacas se atrevían a pasear). El picante en las comidas nos removía el estómago pero aun así asentíamos con aprobación en bares y restaurantes. Hicimos amigos muy rápido y luchamos por reanudar una normalidad inexistente en un lugar tan extraño.

 

Algunos pensarán que estos recuerdos míos son, inusualmente cenizos. En mi defensa diré que pertenecen a una niña asustada que se preocupaba por la mediación contra los mosquitos y la falta de agua limpia.

 

Hoy en día recrimino a mi antiguo yo, que no supo disfrutar de dicha experiencia. Daría lo que fuera por repetirla como es debido.

 

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Misión cumplida.

     Cuando algo me inquieta, acostumbro a sentarme sobre un cojín en el porche a leer y contar estrellas (si se dejan ver), con una mano envuelta alrededor de mi vela de citronela. Su función es espantar mosquitos pero yo le añado otra más; tranquilizarme. Siento que en estos momentos débiles (a veces provocados por un sueño interrumpido), mi única constancia es la llama de la vela. Lo sé todo de ella: cuándo se inundará de cera y cuándo corre peligro de apagarse. Es un círculo monótono que ayuda a poner mis ideas en orden.


Hoy, la causante de mi visita al exterior, ha sido la impotencia. Me siento inútil, como si no tuviera propósito. Como si ya no se me necesitara..

Dentro de poco, un grupo de chicos con el que estaba muy atada, organizan una quedada. La fecha decidida me venía mal: yo estaría bañándome en el mar. Me invade la desilusión porque me intereso por ellos y estaba deseando repetir un encuentro divertido. Sin embargo, apenas si puse resistencia: no se rehacen los planes por una persona, y menos si no se les echa en falta.

También se me presentó este sentimiento cuando agrandé (un poquillo) mis amistades. Apenas hago conversación con la misma persona si el grupo tiene otras que ofrecer.

Creo que por fin entiendo la mayor desventaja de ser padre: ver cómo tus hijos rechazan ayuda. Ya no piden consejo, creen que no queda nada por enseñar. No tengo hijos pero ya me aterroriza la definitiva independencia que dejen caer sobre mí.

 

Soy joven y a menudo me sorprendo prefiriendo la compañía fiel e inmutable de mis animales, (que cuentan conmigo para todas sus necesidades) antes que la impredecible y variante, humana.

 

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Busca y rebusca.

Una de mis amigas (con la que solía estar muy unida) garabateaba sin descanso, esta frase en su cuaderno: "Every day may not be good, but there is something good, in everyday." O algo parecido (la verdad es que no iba conmigo ese optimismo). A pesar de ello, su significado es popular y celebrado, por lo que muchos lo convierten en su mantra: cada día podrá no ser bueno, pero hay algo bueno en cada día. Quizás tenga un poco de verdad después de todo.

Últimamente me rodean personas que no hacen más que protestar por sus obligaciones. Los niños temen la vuelta al colegio (tenemos aprender idiomas, practicar arte, hacer resúmenes..) Pero y del recreo? Para aquellos que no disfrutan de la enseñanza, no os basta con esperar a los recreos? Los momentos de luz y flojera donde compartir anécdotas veraniegas? Los adultos tragan su taza de café intenso y precipitadamente, arrancan el coche para ir a trabajar. La frase más pronunciada por sus bocas es "Vaya día más duro que he tenido."

En cambio, yo intento adivinar a quiénes pertenecen los débiles sonidos, que retumban en mis oídos. También me fijo en los gestos de los pasajeros del metro, me pregunto qué piensan, qué les tormenta o qué harán en su tiempo libre. También disfruto viendo cómo les impacta mi sonrisa a los camareros, que tanto se esmeran, de chiringuitos y restaurantes.

Necesito haceros despertar para que podáis apreciar las cosas bonitas que tan desapercibidas pasan. Son, para los amantes de la buena temperatura, retazos de sol debajo de un cielo cubierto.

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Por piedad, llevadme.

En los quince años que llevo de vida, sólo me he adentrado en mar abierto dos veces. La primera fue en un velero modesto y la segunda, en un yate pequeño (junto a un conductor llamado Walter). El velero partió en Almería, el yate desde Mallorca. Las playas eran salvajes, las calas reservadas y las olas tenían otra intensidad de azul. No tengo la menor idea de cuántos kilómetros habremos recorrido o cuánto combustible se ha quemado porque me estoy alejando de la orilla, me esperan mares diferentes.

 

Gustavo Adolfo Bécquer es un hombre admirable cuyas rimas y leyendas se tardarán en igualar. Hay uno de ellas que se repite en mi cabeza a menudo, el de las olas despiadadas. Con voz profunda y melancólica, grito:

 

Olas gigantes que os rompéis bramando

en las playas desiertas y remotas,

envuelto entre la sábana de espumas,

¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis

del alto bosque las marchitas hojas,

arrastrado en el ciego torbellino,

¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo

y en fuego ornáis las desprendidas orlas,

arrebatado entre la niebla oscura,

¡llevadme con vosotras!

Llevadme por piedad a donde el vértigo

con la razón me arranque la memoria.

¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme

con mi dolor a solas!”

 

Es mi poema favorito. Por sus olas crueles, por su mordaz locura y triste soledad.

 

Así pues, tumbada sobre el capote del barco, invoco a Bécquer para que se reencuentre con su amado mar. Juntos saltamos encima de él, riendo y temblando de frío. Cuando nos serenamos por fin, volvemos a zambullirnos en su inmensidad, buscando peces y burlándonos de las olas (aquí afuera somos inalcanzables).

 

Tras largo rato, pongo los pies en el suelo. Me despido de Bécquer con una mirada nostálgica hacia el puerto, pensando que mi escritor tuvo que hacer algún paseo en barco, o no habría podido entender mis sentimientos con tanta precisión!

 

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Vuelo a Mallorca.

Hace unos días que regresé de una fantástica semana en Porto Cristo (sureste de Mallorca). El viaje fue inmejorable; el vuelo corto, unas calas impecables, un agitado paseo en barco, temperaturas suaves, la práctica de algún deporte de riesgo… Pero he de reconocer que a pesar de las anteriores maravillas que tenía aseguradas, me preocupaba la compañía: viajaba con mis tíos y prima paterna (con la que únicamente comparto el apellido).

 

Entre nosotros ha habido varios roces; mi tío me da dolor de cabeza e imagino cómo me regaña en su cabeza cada vez que le pido tímidamente, que baje el volumen (que no me oigo pensar).

Mi prima me solía contar anécdotas de las que alardeaba y que yo sin embargo reprochaba porque me parecían insignificantes o inadecuadas.

Y finalmente, mi tía. De pequeña me aterrorizaba, especialmente cuando sacaba el peine de púas para dar caza a nuestros enredos repletos de cloro. Qué dolor!

 

Reconozco que soy culpable de no hacer nada por amainar tensiones. Pero bien es cierto que nunca he sido de tomar iniciativas.

 

El viaje fue en su mayoría, sorprendentemente tranquilo. Aproveché la playa al máximo, dimos paseos y tomamos helados. Lo que haría una familia tolerante y cariñosa.

 

Mi cariño por ellos no ha aumentado pero los días compartidos me han servido para aprender a entenderlos y convivir con sus tonos elevados y rarezas.

 

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La guerra.

¿Pero qué está siendo de la humanidad? Por favor, que mi corazón no puede más. Yo solo quería vivir en paz y tranquilidad. Todas las esperanzas que teníamos porque el año nuevo trajese una realidad mejor… y miradnos, qué tremenda decepción. Ahora mismo solo hay desesperación e...
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Estoy triste pero también frustrada, cansada y terriblemente enfadada. La causa de mi inspiración esta noche no es precisamente positiva pero es sumamente necesario hablar de ella...  En las noticias últimamente, aparece a menudo el tema del medio ambiente, el de las catástrofes que nos...
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Persistente.

Nací con un hambre insaciable para aprender. Desde siempre, he pensado que estudiar es un placer y suelo dedicar tardes enteras a leer sobre cualquier cosa, todo. Soy de naturaleza curiosa, hago muchas preguntas y acumulo información como hacen las ardillas con sus frutos secos, antes de que llegue...
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