Normalmente, no estaría escribiendo este artículo si me hubiera quedado alguna asignatura (de las que no me interesan). Pero en vista de que no ha sido así, comienzo a verle un lado bonito al verano. O quizás sea porque aún no ha llegado el auténtico calor sevillano; ese que se hace palpable en las calles, provoca sudores, dolores de cabeza, insomnios…. Y derrite el helado en cuanto lo sacas del congelador.
El año pasado me quejé (muy duramente), de las vacaciones. Será que las necesito porque, hoy pienso distinto.
Me doy cuenta de que ya no hay horarios que rijan mis tardes.
Ni hora límite para acostarme.
Puedo leer, dibujar y tocar el piano a mi antojo.
Cenar tranquilamente en el porche; sin prisas.
Repintarme las uñas de colores oscuros.
Quedar espontáneamente.
Escaparme a la playa en cualquier autobús.
Y más importante, relajarme.
El aire huele a cloro, barbacoas; a celebración.
Se escuchan risas, grillos, cigarras, mis canarios que cantan.
Es temporada de cosas ricas y refrescantes como la sandía, los melocotones y la limonada.
Las noches cobran vida con la gente que sale a pasear o hace cola para el cine.
Aunque el final del verano anuncie el comienzo del bachillerato…
Bueno, ya habrá tiempo de pensar en eso.